Lo intenta una y mil veces, pero María Cecilia Freire no puede contener las lágrimas cuando repasa el camino recorrido junto a su equipo en la lucha para erradicar la poliomielitis. “Aun en las condiciones más complejas y al límite, el diagnóstico nunca se detuvo”, afirma emocionada la jefa del Servicio de Neurovirosis del Departamento de Virología del Instituto Malbrán, un espacio clave no solo en Argentina, sino que, como Centro Regional de Referencia para la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) en la materia, hizo su gran aporte para que todos los países de las Américas pudieran declararse libres de polio salvaje desde hace casi 30 años, en 1994.
Con antecedentes registrados en frisos egipcios que no dejan mentir sobre su antigüedad, la poliomielitis es una enfermedad neurológica de alta contagiosidad que afecta principalmente a niños y es producida por tres tipos de poliovirus. Se propaga a través de la vía fecal oral, es decir, cuando las heces de una persona infectada llegan a la boca de otro individuo, algo que puede suceder a través de agua o comida contaminadas. Y si bien en la gran mayoría de los casos no produce síntomas (que de presentarse pueden ir desde cansancio y cefalea hasta fiebre, vómitos o rigidez en el cuello), en una de cada 200 oportunidades ataca el sistema nervioso y ocasiona parálisis irreversibles en piernas o brazos. Y lo que es todavía más raro, puede lesionar el bulbo raquídeo y producir la muerte.
Tal como destaca Freire, la influencia del Malbrán en la lucha contra la polio es producto de un trabajo pionero e ininterrumpido que comenzó en los años 50 del siglo pasado, cuando la médica ítalo-argentina Eugenia Sacerdote de Lustig —quien un par de años más tarde también sería la primera en Argentina en probar la vacuna contra esta enfermedad— introdujo en plena epidemia en el país la técnica del cultivo de células y tejidos. Esta metodología de diagnóstico clásica que hizo escuela se sigue utilizando hasta el día de hoy bajo el comando de Freire.
Lo intenta una y mil veces, pero María Cecilia Freire no puede contener las lágrimas cuando repasa el camino recorrido junto a su equipo en la lucha para erradicar la poliomielitis. “Aun en las condiciones más complejas y al límite, el diagnóstico nunca se detuvo”, afirma emocionada la jefa del Servicio de Neurovirosis del Departamento de Virología del Instituto Malbrán, un espacio clave no solo en Argentina, sino que, como Centro Regional de Referencia para la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) en la materia, hizo su gran aporte para que todos los países de las Américas pudieran declararse libres de polio salvaje desde hace casi 30 años, en 1994.
Con antecedentes registrados en frisos egipcios que no dejan mentir sobre su antigüedad, la poliomielitis es una enfermedad neurológica de alta contagiosidad que afecta principalmente a niños y es producida por tres tipos de poliovirus. Se propaga a través de la vía fecal oral, es decir, cuando las heces de una persona infectada llegan a la boca de otro individuo, algo que puede suceder a través de agua o comida contaminadas. Y si bien en la gran mayoría de los casos no produce síntomas (que de presentarse pueden ir desde cansancio y cefalea hasta fiebre, vómitos o rigidez en el cuello), en una de cada 200 oportunidades ataca el sistema nervioso y ocasiona parálisis irreversibles en piernas o brazos. Y lo que es todavía más raro, puede lesionar el bulbo raquídeo y producir la muerte.
Tal como destaca Freire, la influencia del Malbrán en la lucha contra la polio es producto de un trabajo pionero e ininterrumpido que comenzó en los años 50 del siglo pasado, cuando la médica ítalo-argentina Eugenia Sacerdote de Lustig —quien un par de años más tarde también sería la primera en Argentina en probar la vacuna contra esta enfermedad— introdujo en plena epidemia en el país la técnica del cultivo de células y tejidos. Esta metodología de diagnóstico clásica que hizo escuela se sigue utilizando hasta el día de hoy bajo el comando de Freire.
La vacuna antes que la guerra
“Siempre digo que yo no elegí a la polio, sino que ella me buscó a mí”, bromea Freire cuando piensa en sus comienzos. Y hay algo de cierto en todo eso: empezó a trabajar en el instituto casi de casualidad, en 1980, con 26 años y recién salida de la Universidad de Buenos Aires, a partir de una invitación de una compañera de clases de francés. “En realidad mi plan inicial era terminar los estudios e irme a trabajar como médica clínica a Esquel, inspirada en la vida de Albert Schweitzer, un médico alemán que dejó todo y se instaló en África”, cuenta. Pero ya pasaron 41 años y nunca estuvo en esa localidad del sur argentino ni siquiera como turista. Ni tampoco lo tiene en su horizonte.
Sus viajes, en cambio, siempre tuvieron que ver con su trabajo. Y le permitieron ver de cerca la realidad de la región y concluir que la ciencia, la medicina y todas las organizaciones del mundo podrán hacer su aporte, pero que si en las Américas no hay un caso de polio salvaje desde 1991 es, ante todo, por determinación de la propia sociedad. “Lo que logró que se eliminara la circulación de los tres poliovirus salvajes antes que en ninguna otra parte del mundo fue una gran movilización social”, sostiene, y recuerda: “Eran épocas de guerras, El Salvador estaba en plena guerra civil, por ejemplo, pero ponían en pausa el conflicto durante un día para irse a vacunar. Fue algo épico”.
Ejemplos como esos son los que, en tiempos en los que el mundo también apela a las vacunas, la prevención y la vigilancia para salir de la pandemia de COVID-19, le permiten a la médica estar convencida de que tarde o temprano, y aunque no suceda con ella en actividad, la erradicación de la poliomielitis será un hecho. Por eso, mientras allana el camino para pasarle la posta a las próximas generaciones, hace hincapié especialmente en la vocación de servicio, el amor por el trabajo y el espíritu para formarse con seriedad, valores que considera fundamentales para sortear los obstáculos de una carrera tan sacrificada y mantener viva para siempre esa mística que envuelve a institutos como el Malbrán. “Todavía me siento muy joven y tengo muchas cosas para hacer que me encantan”, aclara y, tan emocionada como cuando comenzó la conversación, concluye: “Pero mirando hacia atrás, creo que en algún caso hice punta con mi trabajo. Y con eso ya estoy hecha”.
Fuente: PAHO.org